sábado, 21 de julio de 2007

Una ficción de participación ciudadana - Editorial - La Voz del Interior - 20 de julio de 2007.-

La inscripción de muy jóvenes y de extranjeros para votar en comicios municipales nunca ha sido importante y hoy lo es mucho menos. Conviene preguntarse sobre el sentido que puede tener esta práctica.

La política en serio implica participación. Es decir, no se trata de realizar una cantidad de operaciones políticas en un ambiente clausurado, sino de sostener un debate abierto en el seno de un gran espacio público. Cualquier iniciativa dirigida a estimular esa participación debe ser bienvenida. Pero cuando no hay en el ambiente una predisposición marcada a tomar parte en esa discusión y, eventualmente, en la toma de decisiones –como en el caso de una elección, por ejemplo– querer llenar ese vacío con gestos ampulosos e iniciativas llenas de una buena voluntad aparente resulta un poco penoso, por no decir ridículo.

Algo de esto pasa con la iniciativa propulsada desde el municipio en la pasada década, que propuso habilitar a los menores entre 16 y 18 años y a los ciudadanos extranjeros para que elijan autoridades locales, inscribiéndose previamente a ese efecto. De por sí, la instancia de inscripción aparece como un paso burocrático pues, si se decide fomentar la participación de los más jóvenes, estos deberían ser empadronados y poder concurrir a votar, sin más, como cualquier ciudadano.

Pero además, desde el momento en que se lanzó la iniciativa a la actualidad, se ha producido un descenso vertical en un registro de votantes, que en ningún momento, por otra parte, implicó una fluencia importante de personas interesadas en emitir un sufragio. En 1999 se anotaron 2.500 jóvenes, sobre un universo posible de 50 mil; en 2003 ese mismo registro bajó a 300 casos, y este año apenas 40 chicos se habían anotado para votar hasta el día anterior a la clausura del empadronamiento. Los extranjeros que había cumplido con ese requerimiento, por su parte, eran... seis.

En política, como en muchos otros ámbitos, las declamaciones, los grandes gestos y la apariencia de la audacia tienden a tapar la ausencia de hechos. Pero esa propensión bombástica es muy grave, pues es la política la que debe encargarse de que las cosas se hagan, se organicen de acuerdo a un patrón y se direccionen en un determinado sentido. Aunque quizá el vacío retórico sea también una forma de direccionar las cosas, en la medida que se disimula con él la comisión de hechos reales e irrefutables, a los que no conviene airear demasiado porque no van en el sentido de los que podríamos considerar los intereses de la mayoría. El país, al menos sus estamentos dirigentes, están afligidos de una verborragia aguda y de una retórica tanto menos convincente cuanto que quienes la propalan lo hacen casi mecánicamente, al vaivén de impulsos circunstanciales.

Cabe preguntarse en qué medida los chicos de 16 años pueden estar interesados en promover con su voto a un candidato y hasta dónde están capacitados para hacerlo, si sus mayores de 18, 20 ó más años no se distinguen, precisamente, por sentirse atraídos por la política.

Los niveles de ignorancia o desdén respecto de la política entre los más jóvenes son muy altos y no es probable que iniciativas de este tipo vayan a alterar el hecho.

Lo que correspondería hacer, a nuestro entender, es devolver a la política su sentido de compromiso cabal. Es decir, aun admitiendo que es común que la gestión política sea afectada por los intereses de las camarillas y de los grupos de presión, es necesario que esos vicios de conformación casi inevitables no pasen de ser meros engranajes partidarios sin convertirse en el motor del pesado paquidermo político. Consignas, jerarquías implícitas pero arrogantes, y competencias sordas entre personeros del poder, cuyos protagonistas las conocen y niegan formalmente, ponen de relieve que en muchos casos la política se está tornando en un quehacer en sí mismo, en vez de ser lo que debe; esto es, una actividad volcada hacia fuera, hacia el exterior, hacia ese campo de experimentación que es la vida del país en lo que éste representa como posibilidad y como destino.

Si esto último no sucede no podremos quejarnos de la falta de participación ciudadana, no ya de la de los chicos que apenas se asoman a la vida práctica, sino de las generaciones que deben tomar en sus manos la tarea de realizarla. Sólo así podremos abrir el futuro.

martes, 10 de julio de 2007

Ensayo sobre el Ser - Lucas Ezequiel Bruno

Queriendo plantear una pequeña hipótesis sobre el Ser o el Ser de algo es que me motivé a escribir este fragmento, principalmente el Ser enfocado la política.

¿Qué es el Ser?

Si a una persona le preguntamos “¿quién sos?”, lo más probable es que responda: “Yo soy…”, y a continuación su respectivo nombre. La siguiente contranegación que hay que proponerle es: “yo no le pregunté cuál era su nombre, sino ¿quién era?”; seguramente aquél individuo responderá: “yo soy una persona”; la contraparte a esta afirmación es: “yo no le pregunté qué era, sino quién era”. Y de esta forma podríamos enunciar un número indeterminado de posibles respuestas que nos otorgará aquella persona “x”, pero sin mencionar en ninguna realmente el concepto o el posible enunciado del Ser.

Entonces dispones ya que el Ser no es un nombre propio, no es una especie de animal (“persona”); podríamos agregar que el Ser tampoco es una cualidad de algún hecho, cosa, persona acción, etcétera, ya sea ésta definitiva o accidental. El Ser tampoco denota ni la mínima ni la máxima extensión de un concepto o hecho: el Ser no es el conjunto de todas las personas, ni una sóla; tampoco es el conjunto de todos los hechos que comparten condiciones similares, ni mucho menos un solo hecho.

En consecuencia reitero la pregunta ¿QUE ES EL SER?. El Ser lo podríamos definir como la máxima expresión de una cosa, un animal, un hecho, un concepto, una idea, etcétera. ¿porqué es la máxima expresión?, simplemente porque no puede ser la mínima: el Ser no coincide con la mínima expresión de un algo, porque si olvidamos el Ser de ese algo, ese algo ya no es más y por ende deja de existir en tiempo y espacio. Pero si decimos que el Ser es la máxima expresión, lo correlativizamos con algo perfecto, con algo puro; por lo que podríamos deducir que el Ser no existe en la realidad tangible a nuestros sentidos. Para analizar esta contradicción plantearemos cual es el Ser de la persona humana: si decimos que el Ser es la máxima expresión, el Ser de la persona humana es Dios. Realizando una analogía con la doctrina de Descartes de esta forma también estaríamos probando la existencia de Dios racionalmente, ya que sino existe la máxima expresión de un algo, tampoco pueden existir las “expresiones inferiores”, como lo sería una persona “x”.

Entonces concluimos de esta forma que el Ser es necesario para la existencia de algo en la realidad sensible.

Si decimos que el Ser es necesario para la existencia de algo en la realidad sensible ¿cuál sería el Ser de una mesa, por ejemplo?. Algunos sostendrían que el Ser de una mesa no existe ya que la máxima expresión no existe en la realidad sensible: por deducción la mesa tampoco tendría que existir como objeto material en dicha realidad. Pero tenemos que recordar que dijimos que la máxima expresión de una persona (el Ser) es Dios, y éste tampoco existe en la realidad sensible; entonces la persona, como algo material tampoco tendría que existir.

En consecuencia tenemos que la máxima expresión puede ser una idea en la mente de los hombres o algo ya real. Es decir no hace falta concreción sensible del Ser para probar su existencia.

Es en la acepción anteriormente destacada que encontramos la diferencia entre el Ser (propuesto en este ensayo) y las “ideas” propuestas por Platón: la idea se encontraba en otro mundo (Mundo de las Ideas), el Ser es parte de la realidad (sea visible o no). Esto supone que las ideas de Platón exteriorizan las cosas, es decir separaba idea de cosa.

Otra acepción es la distinción entre Ser y la idea de “esencia” de Aristóteles. Aristóteles tomó las “ideas” de Platón y las colocó dentro de las cosas, en parte uniendo los dos mundos planteados por Platón: el Mundo Sensible y el Mundo Inteligible. De esta forma se limitó la “idea” de Platón a tener que estar dentro de una cosa u ente. El Ser no está dentro de un algo sino que es superior a ese algo y ese algo parte del Ser, sino no es lo que quiere ser como algo.

Partiendo de las concepciones anteriormente realizadas se puede declarar que como la naturaleza humana es el hombre originariamente, sin alteración, el hombre antes de la sociedad, y que el Ser del hombre es Dios: a la naturaleza humana del hombre hay q verla reflejada y buscarla en Dios. De esta forma entenderíamos al hombre como un ser social por naturaleza y lo comprenderíamos en su integridad.

Habiendo especificado estos conceptos nos podemos preguntar ¿cuál es el Ser de la política? El Ser de la política es su máxima expresión, la cual al igual que la del hombre la podemos buscar en su naturaleza. Entonces, cual es la naturaleza de la política: el bien común; actuar en pro de la polis, del pueblo eso es lo que pretende muy generalmente.

Si decimos que la naturaleza de la política es el bien común podemos asimilarlo a la naturaleza del hombre, la cual la encontramos en Dios. Esta analogía es válida ya que la política tiene que consagrar al hombre y a la sociedad en su máxima expresión, es decir en su Ser, o por lo menos eso es lo que pretende. La política tiene como principal preocupación la vida de la sociedad y del hombre en consecuencia, y acá radica el fundamento de la relación al principio de éste párrafo mencionado.

Esto aportaría a una relación recíproca e inmediata entre política y naturaleza humana, lo que afirma inexorablemente la existencia de un derecho natural, superior a todo (excepto a Dios) y anterior a todo (excepto a Dios); este derecho natural proporcionaría los principios, no positivizados, necesarios para armonizar la fuerza política y propiciar el “orden deseado”. Si se respetan.

Para concluir y realizar una síntesis de lo propuesto encontramos que es necesario partir de la naturaleza humana del hombre para poder lograr un equilibrio más justo y una política limpia y q cumpla sus fines prácticos.

Es necesario partir de los fines existenciales del hombre, procreación y conservación de la vida, perfeccionamiento espiritual, físico y religioso y tendencia al bien común, para equilibrar política y sociedad; ya que si se tiene en cuenta estos fines ambas cosas parten de algo universal de lago q se presenta en todos los hombre.

Lucas Ezequiel Bruno

domingo, 8 de julio de 2007

Joaquín Vocos, Primero La Gente

¿ONG o Partido Político?

La participación de los jóvenes en Primero La Gente:

Mensaje de Joaquín Vocos a los jóvenes: